México parece estar condenado a perder las oportunidades que se le presentan para potenciar el crecimiento económico de manera sustancial y lograr ser un país desarrollado.
A finales de los 70’s del siglo pasado, durante el boom petrolero el presidente López de aquel entonces (López Portillo) en lugar de invertir adecuadamente los recursos petroleros en proyectos que detonaran el crecimiento económico acabo dilapidándolos. Consideró que las circunstancias internacionales no debían de afectar la decisión soberana del presidente y, cuando el precio internacional del petróleo iba a la baja, decidió demostrar su soberanía y la independencia del país incrementando el precio al petróleo que México vendía. Ignorar las señales del mercado generó una caída de las exportaciones del petróleo, lo cual aunado a un déficit y deuda pública muy elevados produjo una crisis económica de consecuencias desastrosas.
Al término de su gestión, buscando pasar a la historia y borrar los problemas que había generado durante su mandato, decidió nacionalizar la banca, lo que generó una enorme falta de confianza y baja en la inversión privada. A su sucesor le tomó varios años retornar la confianza en los agentes económicos.
Casi cinco décadas después la historia se repite. Como consecuencia de los impactos de la pandemia de Covid en las cadenas de suministro y la guerra comercial entre Estados Unidos y China, las empresas decidieron sacar sus plantas de China y la zona asiática y ubicarlas más cerca de Estados Unidos. Otra nueva oportunidad para México, aprovechar su ubicación geográfica y el TMEC para atraer esas inversiones y detonar el crecimiento económico. Pero nuevamente, el presidente López del momento (López Obrador) invierte los recursos de manera ineficiente, en proyectos de dudosa rentabilidad económica y social, como son la refinería de Dos Bocas y el Aeropuerto Internacional Felipe Angeles, en lugar de hacerlo en proyectos que sirvan para atraer a las empresas que quieren relocalizar sus plantas, como ampliar la generación eléctrica y la red de distribución. De igual forma, al finalizar su mandato ignoró las condiciones internacionales y haciendo gala de la soberanía nacional, buscando opacar sus errores y pasar a la historia, tomó decisiones, como la reforma judicial y la desaparición de órganos autónomos, que minan la confianza en el país y ahuyentan la inversión, tanto nacional como extranjera.
Las condiciones del país son diferentes, López Portillo tenía un tipo de cambio fijo y una economía poco abierta, López Obrador tiene tipo de cambio flexible y una economía muy abierta. Por lo que la consecuencia económica que pueda generar las decisiones de fin de sexenio de López Obrador no provocará una crisis económica como la que generó López Portillo.
Lo que si va a suceder es que nuevamente México va a perder la oportunidad de dinamizar su crecimiento económico. La reforma judicial generará falta de confianza y no se logrará atraer a las empresas que están buscando ubicar a sus plantas más cerca de los Estados Unidos. Una vez más, el concepto de soberanía y patriotismo hacen que se ignoren las condiciones del resto del mundo y se tomen decisiones incorrectas. Nuevamente su sucesora tendrá que trabajar arduamente para reestablecer la confianza, pero será demasiado tarde.
Las oportunidades no regresan. Cuando el precio del petróleo volvió a subir de manera importante, los pozos petroleros se estaban agotando; para cuando se reestablezca la confianza de los inversionistas, las plantas ya se habrán ubicado en otros lugares.
Las semejanzas entre los presidentes López no nada más se limitan a perder oportunidades, también hacen gala del orgullo de su nepotismo. En el caso del primer López el orgullo duró solamente un sexenio, en el caso del actual no sabemos qué tan perdurable será la vida pública del hijo.