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Talón de Aquiles

La semana pasada, en México se publicaron los datos preliminares de la Inversión Extranjera Directa (IED) correspondientes al 1T23.


De acuerdo con la Secretaría de Economía (SE), se habrían captado, por concepto de IED, US$ 18.6B. Al comparar esta cifra contra la registrada durante el mismo periodo de 2022, de US$ 12.5B (sin contabilizar US$ 6.8B propios de la fusión de Televisa – Univisión y la reestructura de Aeroméxico, por ser consideradas operaciones atípicas de una sola vez), se trataría del crecimiento relativo interanual más alto desde el 1T10, del orden de 48.46%, y, del crecimiento absoluto interanual más pronunciado de los últimos 17 años, de US$ 6B (Gráfica 1).

Indudablemente, una excelente cifra y aún más en «tiempos de nearshoring», pero ¿cuál concepto estaría detrás de tal boyante expansión?


Revisando a detalle las cifras de la IED por tipo de inversión, nos percatamos que el 89.65% corresponderían a reinversiones, 5.36% a cuentas entre compañías, y, el 5% restante, a nuevas inversiones (Gráfica 2).

Ciertamente, el hecho que, prácticamente, los flujos de inversión foránea se explicasen por reinversiones no es un mal indicador, pues deja en evidencia el sentimiento de confianza de quien ya invierte en México para continuar haciéndolo, lo ideal sería que el motor de crecimiento fuesen las nuevas inversiones.

En ese sentido, ¿cómo se nos ve en el exterior?


De acuerdo con la última edición del Índice de Confianza de Inversión Extranjera Directa de Kearney, nuestro país, por cuarto año consecutivo, se mantuvo fuera del selecto grupo de 25 naciones; no obstante, se ubicó en la octava posición, detrás de Brasil, dentro de la nueva clasificación dedicada a los mercados emergentes (Gráfica 3).

Dicha posición evidencia que, según los ejecutivos encuestados por Kearney, México es percibido como un país poco atractivo para invertir, destacándose entre las principales preocupaciones, la inestabilidad política, la inseguridad y las políticas económicas emprendidas en la actual administración.


Ahora bien, ¿qué medidas podrían tomarse para elevar y consolidar el potencial de México como país receptor de nuevas inversiones? Veamos algunas (Tabla 1):

  • I. Las últimas dos semanas fuimos testigos de dos claros ejemplos de agravio por parte del sector público al andamiaje jurídico en materia corporativa, situación que ha generado una oleada de duda e incertidumbre en el sector privado. En todo momento, el estado debe garantizar un entorno confiable, transparente, respetuoso y garante para con el inversionista nacional y extranjero, en búsqueda de impulsar el desarrollo económico de nuestro país.

  • II. La inversión en las vías de comunicación aérea, marítima y terrestre coadyuvaría en mejorar la eficiencia de los procesos productivos de las compañías.

  • III. Una de las claves de la potencialización de una economía es, sin lugar a duda, la educación, y en nuestro país, ha sido uno de sus principales retos, particularmente, en la enseñanza de tópicos relacionados a la ciencia y las matemáticas; sin embargo, éstos, representan los pilares de las tendencias empresariales del futuro, obligándonos a implementar mejoras y reestructuras en los planes educativos.

  • IV. La reducción de los índices de delincuencia e inseguridad no sólo repercutiría positivamente en la calidad de vida de la sociedad, sino también en la confianza de los capitales extranjeros para establecerse en México.

En los primeros 4 meses del año, el monto por nearshoring ascendió a US$ 19.1B, provenientes de 80 anuncios de inversión con un capital de inversión promedio de US$ 239M, con lo cual ya se superó, en 1.16%, al reportado durante todo el 2022.

¿Nos conformaremos con eso o explotaremos al máximo nuestro potencial?

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