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En este espacio en septiembre –tras la visita de Donald Trump a México-, dijimos que habría que estar atentos a nuevos ‘errores’ del presidente, Enrique Peña Nieto (EPN), que nos ayudarían a confirmar o descartar la hipótesis de que tiene toda la intención de enterrar las posibilidades de su partido rumbo a la elección presidencial de 2018.

 

El presidente quiere hundir al PRI

 

 

Hay dos opciones: o de veras es tan torpe que se equivoca demasiado con decisiones impopulares –como el mega ‘gasolinazo’, por citar un simple ejemplo-, o esas equivocaciones son intencionales, con el propósito de infligir un daño grave no a su popularidad –que ya es irreparable, y lo sabe-, sino al PRI.


Tener el poder unipersonal de hacer perder al partido gobernante tiene un valor con el que se puede negociar a un alto precio.


Llama la atención que el propio EPN, durante la instalación del Consejo Político Nacional del PRI el 27 de noviembre pasado, dijera a los priistas: ‘No se dejen contagiar por los derrotistas […] y menos por aquellas voces que intentan confundir y engañar por supuestos pactos sobre batallas electorales que habremos de librar.’ No está claro a qué se refería, pero encaja bien con el clásico ‘explicación no pedida, culpabilidad manifiesta’.


Días después se anunció que se dispararía en casi 10 por ciento el salario mínimo. El presidente debió saber que eso no le haría quedar bien con nadie, pues sus promotores se quejarían –como fue- de un aumento insuficiente, y quienes hemos advertido los altos costos que se pagarán por esa alza populista, lo criticaríamos aún más.


Por si fuera poco, el ‘mega gasolinazo’ de 2017 ha vuelto a generar inconformidad entre los mexicanos. Puede estar seguro que eso en nada abona a las probabilidades del PRI de repetir en Los Pinos en 2018.


Los aspirantes presidenciales de ese partido deben estar muy preocupados, incluido el propio secretario de Hacienda, José Antonio Meade, a quien versiones periodísticas colocan como un posible candidato.


A propósito, haber dejado al propio Meade y no a un subalterno como el responsable de dar la cara y de defender el gasolinazo, mientras el presidente y el resto del gabinete estaban de vacaciones, fue un golpe bajo que le ha echado al titular de Hacienda una pesadísima carga. ¿Será que Peña Nieto no quiere dejar el mínimo cabo suelto?


Y es que 2017 no parece un camino tan difícil de recorrer electoralmente al menos en dos entidades clave, Coahuila y el estado de México, donde la estructura priista, los mares de recursos públicos que fluirán y las debilidades de la oposición hacen poco probable que el PRI pierda los cargos de gobernador en juego. El 2018 en cambio, es otra cosa.


EPN le está poniendo en charola de plata la presidencia de la República a López Obrador y eso es sospechoso. Igual lo es que AMLO sea el consentido de grandes medios de comunicación que antes le tundieron. Esto último es imposible que haya ocurrido sin, al menos, el Vo.Bo. del Ejecutivo para su recurrente aparición


Cualquiera saber que un simple guiño de EPN bastaría para bajarlo del ‘mainstream’.


En suma, Peña Nieto sigue empecinado en hundir a su partido, en preferir la irresponsabilidad y el clientelismo en el ejercicio del gasto público, a la responsabilidad; en incumplir su palabra y promesas a costa de la estabilidad económica presente y futura del país; y en encajar el diente a los contribuyentes mexicanos.


Ojalá se tratara sólo de hundir a un partido, pero no. Al poner la mesa para el triunfo negociado y definitivo de López Obrador, este sexenio podría ser sólo el preludio de uno todavía peor, como peor, es el populismo radical. 


Le adelanto entonces que la debilidad del peso continuará por estas y otras causas locales expuestas –además de las externas derivadas del factor Trump-, lo mismo que las presiones inflacionarias. 


En Banxico saben muy bien de esto y de lo que viene, por lo que Carstens, vaya que hizo bien en dar las gracias. Así no se puede.

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