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En este espacio hemos dicho que no se debe repetir el reiterado error de no tomar en serio a Donald Trump. Ya no estamos hablando de un ‘loco’ que ‘no podrá jamás’ alcanzar la Casa Blanca, como se dijo. Se trata nada menos que del presidente electo de los Estados Unidos.

 

El antídoto anti-Trump

 

 

Es cierto que nadie puede saber a ciencia cierta qué de todo lo que prometió hará, pero eso es lo de menos. El gobierno, las empresas y las personas tienen que prepararse para lo peor, y si no ocurre, la prevención no nos hará ningún mal.


¿Qué sería lo peor? En materia económica una renegociación o cancelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Estoy convencido que un candidato que con tanto empeño calificó ese acuerdo como “el peor jamás firmado”, no se va a sentar en la Oficina Oval a echarse para atrás.


Nada importa que el TLCAN haya sido benéfico y fructífero para los tres países firmantes y en especial para los consumidores de Estados Unidos, que gracias a él han gozado de más y mejores mercancías a precios muy competitivos. Lo que cuenta es lo que Trump ha vendido a sus electores, y les va cumplir.


Por eso es ingenua la actitud del gobierno mexicano exhibida en el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, quien afirma que están ‘dispuestos a dialogar para poder explicar la importancia estratégica del TLCAN para la región’. ¿Alguien se imagina a Donald Trump concediendo un: ‘tiene razón, me convenció’? 


Esa actitud de ‘todo va a estar bien’, lejos de tranquilizar abona al nerviosismo de los inversionistas, como ya se deja ver en las caídas del principal índice de la Bolsa Mexicana de Valores y en el propio tipo de cambio.


Entre las acciones que por donde se le vea no harán un daño sino todo lo contrario –haga lo que haga allá Trump-, están la contracción del gasto público proyectado para el próximo año y aprobado por los diputados el viernes. De este modo, incluso si se llegara al extremo de una recesión en México, la posición financiera del gobierno no se vería tan mermada y el crecimiento de la deuda se contendría.


Sin ese recorte mayor y de no cumplirse las optimistas proyecciones económico-financieras de Hacienda para 2017, dé por hecho que las metas de déficit se incumplirán, la deuda crecerá mucho más como proporción del PIB –y de los ingresos del gobierno-, y se dará paso a una baja en la calificación crediticia. El resultado sería una espiral descendente que agravaría la de por sí frágil condición económica de México.


Menos crecimiento, menos empleo, más inflación, ausencia de Estado de derecho, etc., son el caldo de cultivo perfecto para generar un clima de ingobernabilidad y mayor pobreza, que nadie desea.


¿Qué más hacer? Dado que el alza de precios afecta sobre todo a los que menos tienen, se vuelve imperativo pensar en aumentar la oferta de bienes disponibles en el país. La forma de hacerlo es abriendo la economía de par en par al exterior, sin miedos ni pretextos. Para eso no hacen falta ni tratados ni negociaciones que toman años, sólo decisión, liderazgo y firmeza ante una crisis histórica.


Esta es una medida que también tendría muchos más beneficios que costos, reitero, en particular para los más desfavorecidos, y serviría para proyectar nuevos mercados hacia el exterior


Si Estados Unidos se cierra y nosotros nos abrimos de par en par, más empresas vendrán aquí a invertir para usarnos como plataforma hacia mercados latinoamericanos y asiáticos. Eso es lo que nos urge: atraer capitales e inversión.


Si nuestro principal comprador va a reducir sus importaciones, el “contraataque” no puede ser más de lo mismo. Una guerra comercial es un perder-perder y estamos en desventaja.


No. El antídoto contra el proteccionismo y contra Trump NO es ni puede ser más proteccionismo, sino apertura total y mercados competitivos. ¿Lo entenderán nuestras autoridades? No creo, pero ojalá esté equivocado.

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