En la entrega anterior presentamos el contenido del Manifiesto de la Nueva Escuela Austríaca de Economía, fundada por el Prof. Antal E. Fekete.
Explicamos que esta corriente retoma la filosofía y método originales empleados por Carl Menger, piedra angular de la Escuela original. También, que uno de los miembros más prominentes de la Escuela Austríaca “clásica”, Ludwig von Mises, incurrió en diversos errores y omisiones que lo alejaron, a él y a sus seguidores, del camino trazado por Menger. Esas faltas son señaladas de manera puntual en el Manifiesto de Fekete.
Entre ellas está, primero, el haber adoptado la Teoría del Equilibrio General de los precios, a pesar de que Menger mismo fue el primero en desafiar a Aristóteles, señalando que el fenómeno de los precios reside en el desequilibrio. Esto quiere decir que los precios son dinámicos, no estáticos, y que por tanto no existe solo uno sino que varían entre dos extremos: el más alto (“ask” en inglés) y el más bajo (“bid”).
Por supuesto, estos extremos nunca se tocan, por lo que resulta necesario estudiar y analizar la formación de cada uno por separado y el “spread” (separación) que se presenta entre ambos.
El “equilibrio” de oferta y demanda además –explica Fekete, es un concepto espurio por otra razón: no considera en absoluto el rol que juega en la realidad actual, la especulación.
En segundo lugar, los economistas post Mises abrieron sus brazos a la Teoría Cuantitativa del Dinero, a pesar de que Menger nunca lo hizo. De hecho, esa teoría va en contra de su concepto de “marketability”, basado en el principio de la utilidad marginal, con la que de hecho planteó una teoría cualitativa del dinero.
En ella, la “materia prima” más vendible, después de un largo proceso de discriminación de las personas en el mercado, es la que termina asumiendo el rol de medio de intercambio general. En una palabra, es dinero por excelencia.
El proceso ha terminado siempre seleccionando a las dos mejores, en las más distintas partes del mundo y los momentos históricos más alejados: el oro y la plata, conviertiéndose estos dos metales preciosos en el dinero por excelencia.
Para todos los fines prácticos, la utilidad marginal del oro es constante, razón por la cual es la vara de medición del valor: cualquier magnitud de éste, puede ser expresado en términos de determinada masa (gramos, onzas, etc.) del metal. Dicho en palabras coloquiales, a nadie le cae mal una moneda de oro. El apetito por él es insaciable, pues es dinero de verdad.
Asimismo, el tercer error de Mises es haber desestimado la Doctrina de las Letras Reales de Adam Smith como “inflacionaria”. Al hacerlo, ignoró de nuevo a Menger que en su ensayo “Geld”, sugirió que un completo sistema de pagos requeriría de la utilización de una cámara de compensación de letras reales de corto plazo (máximo 91 días). Menger las consideró como “muy benéficas para la economía”.
La Nueva Escuela Austríaca de Economía propone que esas letras sean pagaderas en moneda de oro.
Fakete considera acertadamente que este tipo de documentos de crédito liquidable en oro, daría hoy un impulso sin precedentes a la producción y empleo mundiales como lo hicieron en el siglo XIX, y que son más necesarios que nunca.
De hecho, fue justo la eliminación de esta cámara de compensación y del comercio de letras reales, forzada por los países vencedores en la Primera Guerra Mundial, la responsable de gestar la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado y gracias a la soberbia del que vence, les impidió ver que con esas medidas perderían más ellos mismos en producción y empleo que todo lo “ganado” en la guerra.
El mercado de letras de corto plazo es la cámara de compensación del patrón oro, permite que los salarios sean pagados antes de que los productos puestos en circulación sean adquiridos por el consumidor final. Así que es falso que el patrón oro haya sido el causante de la Gran Depresión. En realidad, fue la corrupción de su sistema lo que la propició. Sin ese mercado de letras reales, el resultado no podría haber sido otro que el de la peor crisis que haya vivido la humanidad hasta ese momento.
De igual forma, despreciar la Doctrina de las Letras Reales llevó a la confusión entre la tasa de interés y la tasa de descuento, y de las dos fuentes de crédito: el ahorro y el consumo.
La tasa de interés mide la propensión a ahorrar. Entre mayor sea ésta, menor será la tasa. La tasa de descuento aplicada a las letras reales, al intercambiarse en circulación, calcula la propensión a consumir. A mayor consumo, menor será el descuento. Una diferencia radical entre ambas tasas, es que la primera puede llegar a ser cero.
Ahora bien, debemos explicar que la propensión a consumir y a ahorrar no son complementarias, pues hace falta la presencia de una tercera a considerar: la propensión a acumular.
Esta ocurre sobre todo en las etapas finales de todo experimento con divisas irredimibles, como lo demuestran otros indicadores exclusivos descubiertos por el Prof. Fekete: la base y la cobase del oro, que hemos explicado antes en este espacio, y de la que puede volver a leer al respecto en el blog de Inteligencia Financiera Global.
En suma, a pesar de las similitudes, la tasa de interés y de descuento son sustancialmente diferentes en cuanto a sus fuentes y efectos.
En la siguiente entrega, abordaremos las tres omisiones de los “austríacos” post Mises, para terminar de explicar el histórico Manifiesto de la Escuela Austríaca de Economía. La única que, en los hechos, propone alternativas reales de solución a la crisis mundial de nuestros tiempos.