Existen diversas versiones sobre el como los programas sociales deben ser implementados. Para el caso del Ingreso Básico Universal (IBU), dos de los economistas más involucrados en el tema, Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght [1], han destacado tres rubros en los que un programa social de esta magnitud puede influir; desigualdad y pobreza, automatización de procesos y una mayor concientización en el cuidado del medio ambiente.
En México, por ejemplo, Gerardo Esquivel encontró que la desigualdad había tomado un papel más protagónico. En 2015, dentro del reporte Desigualdad Extrema en México, Esquivel halló, con información de la revista Forbes, que la riqueza de los 4 principales multimillonarios de México había pasado de 2% en 1996 a casi 9% en 2014 como proporción del PIB de México. Lo anterior resulta relevante considerando que el PIB per cápita ha aumentado poco más de 1% en el mismo periodo de tiempo. [2]
A pesar de los intentos realizados por esta nación para reducir el impacto de este fenómeno en la sociedad - cabe mencionar que la mayoría de ellos han estado enfocados, esencialmente, a la reducción de la pobreza -, los índices de desigualdad, por el contrario, no han disminuido. Se cree que estos fracasos son consecuencia de los complejos y complicados procesos burocráticos empleados; dicho de otra manera, los programas ya implementados no han logrado impactar a los sectores más vulnerables de la sociedad [3], y es aquí donde el IBU toma más sentido. Un programa en el que se reparta dinero a todos los ciudadanos por igual, de inicio, rebasa las fronteras antes mencionadas, alcanzando así a aquellos fragmentos que se habían visto aislados en los programas previos.
Aunque el escenario anterior ejemplifica algunas de las ventajas del IBU, sus principales detractores señalan que, entre muchas otras razones, el IBU es un programa incosteable [4], y cuando puede serlo, no se obtienen los resultados deseados. Para taclear este problema, se propone sustituir los programas sociales ya existentes, incluidos los de salud, por el IBU; sin embargo, como lo señala Daniel Zamora en el artículo “The case against a basic income” [4], se obtienen mejores resultados cuando el IBU es introducido en paralelo con los programas sociales existentes. Luke Martinelli destaca de manera acertada sobre algunos experimentos en el Reino Unido: “Un IBU costeable es inadecuado y un IBU incosteable es adecuado”. [5]
A pesar de ello, y como se mencionó al inicio, dado que la sociedad se ha visto afectada por fenómenos, hasta el momento, incontrolables, es importante no desechar propuestas que demuestren signos de eficiencia y que, por el contrario, se busque mejorar y ajustar las mismas, de manera que se mitiguen los impactos que la población mundial actualmente padece.
Abraham Calderón Rodríguez
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Ingeniería
Socio IMEF Universitario
Correo: [email protected]
Twitter: @abrahamcalderod
Referencias
[1]; Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght. (marzo 2017). Basic Income: A Radical Proposal for a Free Society and a Sane Economy. Boston: Harvard University Press.
[2]; Gerardo Esquivel. (junio 2015). Desigualdad Extrema en México. Ciudad de México: OXFAM México.
[3]; Pranab Bardhan (junio 2016). Could a Basic Income Help Poor Countries? Abril 2018, de Project Syndicate Sitio web: https://www.project-syndicate.org/commentary/developing-country-basic-income-by-pranab-bardhan-2016-06.
[4]; Daniel Zamora. (diciembre 2017). The Case Against a Basic Income. Abril 2017, de Jacobin Magazine Sitio web: https://www.jacobinmag.com/2017/12/universal-basic-income-inequality-work.
[5]; Luke Martinelli. (septiembre 2017). Assesing the Case for a Universal Basic Income in the UK. Bath: Institute for Policy Research.