Los políticos necesitan recurrentemente del dinero, y buscan continuamente maneras de hacerse de él para promover y convertir en hechos sus agendas. El poder sin los medios económicos para ejercerlo, deriva en promesas vacías.
Los detentadores del dinero se congracian con el poder, fraternizan con él, para tratar de influenciarlo, pues éste tiene mecanismos que ellos no controlan, como los poderes constitucionales de un funcionario electo.
El dinero necesita del poder, para mostrar su potencial.
Aunque relacionados, es inusual que ambos coincidan en la misma persona, como ha sucedido en el resultado de las campañas presidenciales de los EEUU en Noviembre de 2016. Una de las más comentadas, analizadas y, sin lugar a dudas, controversiales, en una de las democracias más robustas y maduras del mundo.
El estilo directo, tosco, incluso violento de Donald Trump, así como sus ataques a los migrantes, México, China, el mundo árabe, etc., lo desmarcaron de cualquier candidato anterior.
Una candidatura que parecía no tener futuro al inicio de las primarias norteamericanas, se fue convirtiendo en un prospecto poderoso y, eventualmente, en la candidatura oficial del “Grand Old Party” (GOP), el partido republicano, el partido de Lincoln y Ronald Reagan.
La clase política norteamericana – y con ella el resto del mundo – paso de la incredulidad al pasmo, de la despreocupación a la angustia, al ver como la candidatura “anti-sistema” por excelencia se abría paso en un país de instituciones sólidas y aparentemente inexpugnables.
La elección que para muchos iba a mostrar de lleno el creciente poder e influencia de las minorías, entre ellas los latinos, revelo ser una profunda decepción para vastos segmentos de opinión en EEUU y el mundo.
Las campañas recordaron algo que no pocos habían pasado por alto. Una campaña política es sobre estrategia y poder, no sobre dinero o verdad. Hillary Clinton recaudó más donaciones que Donald Trump, y tenía un programa y propuestas más sustancial y basado en hechos y cifras que su contrincante. Donald Trump, en cambio, supo explotar las frustraciones y amarguras de una buena parte del electorado en estados clave, hallando así una ruta hacia su victoria.
El shock de la noche del martes ocho de noviembre fue emblemáticamente capturado por el tuit de un famoso programs de ciencia ficción Black Mirrors esa noche: “Esto no es un programa de ficción, no es mercadotecnia, es realidad”.
Las comparaciones con déspotas y dictadores abundaron. Según The Washington Post, Meg Whitman, CEO de HP, lo comparó con Hitler y Mussolini en una reunión a puerta cerrada. Oficialmente, sólo lo llamó “un demagogo deshonesto”.
La comparación con lo que paso en Europa en los 30s parece ciertamente exagerada. Trump es pragmático, sin nada equivalente al virulento aparato ideológico que sustentó al nazismo. EEUU es una democracia de 240 años, no la incipiente democracia alemana con menos de dos décadas de existencia. Asimismo, los medios de comunicación norteamericanos son los más robustos y autónomos de cualquier sociedad, no los balbuceantes medios – radio, prensa, TV – que Goebbels pudo tan fácilmente controlar en Alemania.
En suma, EEUU es una nación donde el poder judicial orilló a la renuncia de un presidente – Nixon – derivado de los escándalos originados por el reportaje de un periódico, The Washington Post. No hay punto de comparación con la sociedad cuyas instituciones fueron secuestradas por el nacionalsocialismo.
Una de las muchas ironías de la campaña norteamericana fueron las repetidas y variadas confrontaciones entre el candidato republicano, ahora Presidente de los EEUU, Donald Trump, y diversas personalidades del mundo financiero y de negocios.
El primer magnate de negocios, billonario, sin experiencia política previa, recurrentemente criticó a diversas personalidades de la empresa y finanzas.
Soros y la resistencia anti-Trump
George Soros, legendaria figura de las finanzas internacionales, conocido por sus estrategias en el mercado cambiario, apoyó abiertamente la campaña de Hillary Clinton. No hay que olvidar que el magnate de origen húngaro vivió la experiencia del “Nazismo y Comunismo”, como suelen señalar sus reseñas biográficas, por lo que sus tomas de posición pueden tener un aire de particular autoridad moral.
Se estima que donó cerca de 25 millones dólares a diversas campañas demócratas.
Por si fuera poco, durante las primarias republicanas llego a afirmar que Trump “estaba haciendo el trabajo de ISIS (Estado Islámico)”, refiriéndose a los comentarios anti-árabes del candidato, y el efecto que podrían tener en el sentimiento anti-americano en el mundo islámico.
Poco antes de las elecciones, la campaña de Trump lanzó comerciales criticando a “Wall Street y los medios” que intentaban impedir que él llegara a la presidencia. Uno de los nombres mencionados era George Soros.
Irónicamente, uno de los anteriores colaboradores de Soros, Steve Mnuchin, ha sido nominado por Trump para dirigir el importante Departamento del Tesoro, puesto clave en la dirección de la política económica.
Después de la sorpresiva victoria de Trump, medios de prensa han afirmado que Soros es parte de los esfuerzos demócratas por reagruparse, y hacer frente a la nueva administración republicana.
La FED en la mira
Uno de los más públicos ataques de Trump contra una figura de los mercados, fue contra la mujer más poderosa del mundo financiero, Janet Yellen, quien lidera la Reserva Federal.
Trump la criticó por mantener las tasas de interés bajas por tanto tiempo, afirmando además que dicha decisión era motivada por razones políticas. La implicación clara era el favorecer la campaña de Hillary Clinton. Sin miramientos, acusó a la FED de mantener las tasas “artificialmente” bajas.
Tal fue la animadversión del candidato, que llegó a decir que Yellen “debería avergonzarse de sí misma”.
Posterior a la elección, Yellen afirmó en una conferencia de prensa que estaba determinada a permanecer en su puesto hasta 2018, cumpliendo su período de cuatro años.
Hay pocas dudas de que Trump tratará de reemplazarla con un republicano, cuando sea la oportunidad.
Aunque parece haber elementos de cierta cercanía entre ambos, como la necesidad de revisitar Dodd-Franck, no hay duda que la forma en que la FED reaccione a las políticas fiscales y de gasto de Trump, podrían generar puntos de colisión.
Aunque la FED ha anunciado tres alzas de tasas para 2017, la prometida política de gasto de Trum, - inversión en infraestructura acompañada de recorte de impuestos- podría dar origen a una espiral inflacionaria que hiciera a la FED revisitar sus decisiones.
Más allá de las decisiones sobre política de tasas de interés, el hecho de que un candidato presidencial haya lanzado dardos contra la FED, en plena campaña, levanta en no pocos el temor de que la independencia del Banco Central pueda ser comprometida.
Ninguno de los últimos tres presidentes norteamericanos, Clinton, Bush Jr. u Obama, hicieron comentarios públicos sobre las decisiones de la FED. Habría que remontarse a principios de los 90´s , cuando la administración de Bush padre hizo un llamado público por una baja en las tasas de interés.
El “tuitero-en-jefe”, como algunos llaman a Trump, ciertamente podría ser un inesperado cambio a dicha política.
Transparencia fiscal a discusión
El famoso CEO de Berkshire Hathaway, Warren Buffett, uno de los inversionistas más famosos del mundo, públicamente retó a Donald Trump a hacer públicas sus declaraciones de impuestos.
Trump se negó, alegando que estaba siendo auditado por el IRS (Internal Revenue Service) y no podía hacerlo. Buffet le respondió que él también estaba siendo investigado por el IRS, y eso no le impedía dar a conocer sus declaraciones.
El desacuerdo más ácido entre los dos billonarios fue cuando en Agosto de 2016 Buffet recriminó a Trump por sus comentarios sobre los padres, de origen árabe, del capitán Humayun Khan, quien murió en servicio en Irak en 2004.
Durante la convención Demócrata, los padres del capitán dijeron que Trump no había hecho los sacrificios por su país que su hijo había hecho. Trump respondió que había hecho sacrificios al crear miles de empleos.
Buffet le increpó: ”¿Cómo puede Ud. pararse y decirle a una pareja de padres que perdieron un hijo, y hablarles de sacrifico porque Ud. construyo un montón de edificios?”.
Pero los hombres de negocios son respetuosos de las instituciones.
Poco después de las elecciones, Buffet llamó a los norteamericanos a unirse alrededor del Presidente electo. Indicó que tal llamado no significa que no se le pueda criticar o estar en desacuerdo con él, al tiempo que resaltaba la necesidad de que EEUU estuviera unido alrededor del Presidente legítimo.
Slim y la libertad de prensa
No es ningún misterio que diversos medios de comunicación de EEUU fueron más allá del simplemente reportar las campañas presidenciales, se involucraron a un nivel tal que algunos parecían parte de las campañas de uno u otro candidato.
Así, Fox News se inclinó fuertemente hacia el bando republicano. Otros, como CNN, parecían más tomar posición del lado de la candidata demócrata, Hillary Clinton, haciéndose así blanco de las críticas de Trump.
En particular, el más importante diario de los EEUU, y probablemente del mundo, el New York Times, fue crítico agudo del candidato republicano, analizando con lupa cada discurso, propuesta, idea propuesta. No es ningún secreto que un mexicano, el más rico que existe, Carlos Slim, es el accionista individual más importante de tan importante diario, además de ser un importante donador de la Fundación Clinton, así que el escenario para un desencuentro estaba puesto.
Trump acusó a Slim de tratar de influenciar la elección norteamericana, a través de su control sobre el diario. Las críticas surgieron durante la amplia cobertura que el periódico - así como la mayor parte de la prensa internacional - dieron a las acusaciones de acoso sexual contra el candidato.
Implícitamente, se ponía en duda la libertad editorial del importante periódico. En una de sus clásicas declaraciones incendiarias, Trump llegó a decir que los reporteros del diario no eran sino cabildeadores para Slim y Hillary Clinton.
Arthur Sulzberger Jr., editor del diario y miembro de la familia que históricamente ha sido dueña del mismo, afirmo en un comunicado que Slim es un accionista “excelente” que respeta la independencia periodística. Por su parte, Slim negó rotundamente ejercer tal influencia, en voz de su vocero, Arturo Elías.
Además, Slim destacó en más de una ocasión los problemas que las políticas de Trump podrían ocasionar en la economía norteamericana. En un evento en el Museo Soumaya, emblema artístico de su emporio, destacó tan sólo una semana antes de las elecciones, el hecho de que la economía norteamericana importa la mayor parte de sus bienes de consumo, por lo que imponerles una tarifa de 35%, sería un sinsentido.
Pero en negocios, ni las amistades ni las enemistades son para siempre. Poder y dinero siempre hallan maneras nuevas de relacionarse.
Posterior a la victoria de Trump, el discurso del magnate mexicano ha cambiado. En un evento organizado por Bloomberg en México a finales de noviembre, indicó que las políticas económicas de Trump podrían ser, de hecho, “benéficas para México.”
Janet Yellen, George Soros, Warren Buffet, e incluso el billonario mexicano Carlos Slim, son tan sólo los principales ejemplos del desencuentro del magnate con la comunidad empresarial.
La falta de sintonía entre Trump y segmentos de la comunidad financiera puede ser resumido en la declaración de Michael Bloomberg, durante la Convención Demócrata: “¿Trump dice que quiere conducir la nación como conduce sus negocios? ¡Dios nos ayude!”.
En todo caso, la presidencia de Donald Trump inicia llena de aquello que más temen los mercados financieros, incertidumbre. Será hasta las primeras semanas y meses de su administración, los célebres primeros 100 días, que EEUU y el mundo sabrá con certeza si el Donald Trump real se parecerá más al “good, moderate Trump” que muchos afirman será, o el provocador controversial que fue durante su campaña.