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Tapando el pozo

Un riesgo financiero podría definirse como la probabilidad que se suscite un acontecimiento no favorable con repercusiones negativas en nuestras inversiones y/o proyectos.

De forma general, los riesgos se clasifican en dos tipos: sistemático y no sistemático. La distinción entre uno y otro es que mientras el primero no puede reducirse, el segundo sí. Ejemplo de ello es el riesgo cambiario.

Si bien por naturaleza la fluctuación de una moneda con respecto a otra (principalmente, el dólar estadounidense) está influenciada por factores de mercado (macroeconómicos e idiosincráticos), es posible cubrir las operaciones expresadas en ella (financieras o comerciales), y, por consiguiente, protegerse de la volatilidad.

Contextualizándolo a los hechos actuales, el fenómeno de depreciación cambiaria del peso mexicano frente al dólar estadounidense, como puede ser una bendición para algunos (los exportadores, por ejemplo), puede ser una pesadilla para otros (los importadores, por ejemplo). La cuestión es que, independientemente de cuál sea nuestra posición, es importante siempre contemplar el uso de derivados financieros, sin importar si el próximo movimiento de la paridad nos beneficie o no.


Primeramente, expliquemos lo que es un derivado financiero y sus particularidades (Tabla 1).

Los instrumentos derivados consisten en un contrato financiero cuyo valor se encuentra ligado al de otro activo (denominado subyacente), el cual puede ser financiero (acciones y divisas) o no financiero (productos agropecuarios y metales). Originalmente, fungen como una herramienta para la gestión del riesgo; sin embargo, también suelen ser empleados como un vehículo especulativo.

Su tipología tradicional se divide en dos: lock y option. Los primeros aluden a los contratos estandarizados, en los cuales las partes involucradas convienen en una serie de términos específicos (prescritos en la Bolsa de Futuros y Opciones) hasta su fecha de vencimiento, tales como los futuros, las permutas y los forwards (en menor medida). En cuanto a los segundos, hablamos de los contratos personalizados, como lo son las opciones y los warrants, en los cuales se le otorga al comprador, precisamente, la opción de ejercer o no su derecho.

Irónicamente, pero lógicamente, como cualquier otro instrumento financiero, los derivados están expuestos a diversos riesgos, siendo el principal, el riesgo de mercado, pues recordemos que éstos no tienen un valor intrínseco, sino el del activo al cual están ligados, pero, de forma general, éstos diferirán según el tipo (lock u option). En ese sentido, los futuros tienen una alta exposición al riesgo de contraparte, pero, al mismo tiempo, la Cámara de Compensación lo mitigaría dado su papel de colateral, mientras que las opciones le pueden generar pérdidas ilimitadas al vendedor (put) en el supuesto que el subyacente no fluctúe de la forma que se estima o bien, la prima puede ser tan alta que podría mermar considerablemente la ganancia del comprador (call).


Con la finalidad de darle practicidad a lo antes mencionado, revisemos el posible resultado de un caso de uso de un contrato de futuros a partir de 2 escenarios hipotéticos (Tabla 2):

La primera conclusión es que se aprecie o deprecie el dólar estadounidense, se ha logrado asegurar un costo predecible, en este caso de MXN$ 20.5M por concepto de la maquinaria.

Dicho lo cual, bajo el supuesto que el peso mexicano acumule una depreciación que supere el tipo de cambio acordado (por ejemplo, hacia los MXN$ 21), se habrá alcanzado el cometido de proteger de la volatilidad el precio de la maquinaria, ahorrando medio millón.

No obstante, si en lugar de depreciarse, la moneda local se apreciase (por ejemplo, hacia los MXN$ 19), se liquidaría el contrato de futuros con un sobrecosto de millón y medio.

Como consideraciones finales y basándonos en el ejemplo, es imprescindible hacerle mención que, previo a contratar un derivado financiero debe evaluar los costos y comisiones de éste, al tiempo realizar un análisis profundo de la tendencia del subyacente.

Ahora sí no hay pretexto para ser «el niño ahogado».

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