Todos queremos vivir en sociedades prósperas donde la pobreza sea mínima.
Aun así, ¿os habéis parado a pensar cómo ciertos países van frecuentemente de mal en peor?
En este artículo vamos a intentar dar respuesta a esa pregunta.
El concepto clave
Antes de exponer la guía, es necesario comprender qué es el socialismo desde la perspectiva de un libertario como se explicó aquí , igualmente, vamos a refrescar la memoria.
El socialismo, a rasgos generales, es cualquier actividad que engrandezca el tamaño del Estado. Mientras que el libre mercado consiste en todo lo opuesto: reducir el tamaño del Estado.
Según este criterio, la izquierda de algunos países puede llegar a ser menos socialista que la derecha que gobierna en otros países. Sí, aunque parezca descabellado, para los libertarios hay gobiernos de derechas que entran en la categoría de socialistas.
A lo largo del artículo se verá por qué atacar al mercado mediante medidas socialistas solo trae consecuencias nefastas para todos (menos para ciertos privilegiados).
Empecemos.
El proceso hacia el declive
1. El atracón de gasto público
Un nuevo gobierno llega al poder. Gran parte de los ciudadanos se llenan de emoción.
El nuevo gobierno promete ser el gobierno del pueblo y se compromete a combatir la desigualdad económica, la cuál consideran una injusticia intolerable y alegan que al combatirla lograrán redistribuir los recursos mucho mejor, en especial, a través de un incremento de financiación de los servicios públicos, que erróneamente son percibidos como ‘lo que es de todos’.
Así se inicia una causa populista cuyo objetivo es engrandecer el tamaño del Estado e iremos viendo el impacto que causa progresivamente en la vida del ciudadano.
Entonces, lo primero que se hace es aumentar el gasto público. La gente inconscientemente piensa que un mayor gasto público viene asociado directamente la mejora calidad de los servicios públicos (más camas en los hospitales, medicamentos más efectivos, material educativo de mayor calidad en las escuelas para que los estudiantes estén más preparados, carreteras mejor mantenidas, etc). Así empieza el ciudadano a ser dependiente del Estado.
Mientras tanto, el político de turno empieza a hacer uso de su poder para enchufar a familiares y amigos o entregar negocios lucrativos que emplean recursos públicos a contactos de interés.
¿Cómo se financia esto? Con aumento de la deuda pública (que el contribuyente, a pesar de no ser consciente, la acabará pagando) y/o los impuestos.
En el caso de los impuestos, se empieza diciendo que lo van a pagar los ricos. Al final, la clase media acaba pagando también por una cuestión puramente matemática: por muy impopular que sea, es un hecho que se recauda más si se le suben los impuestos a la clase media dado que es el segmento poblacional más grande.
Los medios mediante los cuales se introduce el sablazo fiscal son diversos: seguridad social, impuesto sobre patrimonio, impuesto sobre el valor añadido (IVA), impuesto sobre ganancias de capital, etc; y cada vez que se aumentan estos impuestos la justificación siempre será la misma: que para mantener unos servicios públicos de calidad se necesitan más recursos y que hay que ser solidario.
Adicionalmente, el Estado tradicionalmente dispone de una herramienta de expolio fiscal muy sofisticada: los impuestos a las eléctricas y a la banca. Cada vez que aumentan estos impuestos el discurso es que están redistribuyendo los recursos desde estos injustos oligopolios hacia el pueblo. La realidad es que las eléctricas repercuten este impuesto en el consumidor mediante un incremento de la factura eléctrica y los bancos mediante un incremento de la tasa de interés en los préstamos que conceden.
Estos sectores y el gobierno tienen una relación simbiótica: el gobierno recauda mucho y a cambio les concede a estos sectores ciertos privilegios que les permiten mantener sus oligopolios y un elevado poder de mercado. Es lógico ver que los políticos acaben posteriormente en el consejo de administración de alguna de estas empresas.
2. El funeral del sector privado
Empieza una campaña de demonización del sector privado: los empresarios son seres avariciosos que si no son controlados pueden abusar de los agentes económicos más vulnerables.
Por tanto, el Estado comienza asfixiando a las empresas con complejas regulaciones y procesos legales, en especial a las pequeñas y medianas empresas, que comparativamente disponen de muchos menos recursos para afrontar estos tediosos y costosos procesos, además de la carga económica impuesta por la falta de benevolencia fiscal del gobierno hacia estas entidades, volviendo complicado generar beneficios sustanciales que puedan ser reinvertidos en el negocio, lastrando así su potencial de crecimiento.
Como hay que proteger el trabajador frente al empresario explotador, se establece un salario mínimo y/o se sube, y se establecen legislaciones laborales que vuelven costosos los despidos. Parece algo bueno, pero no lo es: los empresarios no querrán contratar a gente poco cualificada, por un lado, porque asumen un elevado coste pagándoles el salario mínimo y por otro, porque si el desempeño laboral de estos trabajadores no es el adecuado, despedirlos será muy costoso. Esto impide que puedan rotar de empleo con tal de que obtengan la experiencia práctica que les permitan, más adelante, asentarse en una empresa como empleados indefinidos.
Diversos sectores poblacionales se vuelven dependientes de los subsidios y siempre acabarán exigiendo recibir todavía más dinero. El gobierno con frecuencia aumentará el
número de plazas públicas: empleos indefinidos y, normalmente, con salarios y horarios laborables más que razonables, un chollo para todo aquel que no quiera trabajar en el sector privado.
Todo esto implica un desincentivo total hacia el emprendimiento donde la mayor aspiración de la ciudadanía es salvarse de la inseguridad económica a través de la dependencia hacia el Estado mediante el subsidio o la percepción de un salario público. Mientras muchos quieren vivir del Estado, cada vez menos gente quiere trabajar en el sector privado.
3. Alimentando al monstruo financiero
El gobierno, adicto al despilfarro, es un pozo sin fondo imposible de saciar. Como solo quiere gastar sin límites en cualquier cosa y aumentar constantemente el número de personas que dependen de él, ya los mercados financieros exigen una tasa de interés mayor a la deuda pública. Esto es normal, si tú le prestas dinero a alguien, conforme más te pide, mayor riesgo de insolvencia; por tanto, mayor tasa de interés le exiges.
En este punto al gobierno no le queda otra: ‘hacer uso de la máquina de imprimir billetes’ de los bancos centrales para financiar todo el despilfarro. Esto genera inflación, es decir, que los precios de todo suben, pero como el gobierno quiere mantener contentos a los funcionarios y los pensionistas, les sube el salario/pensión según la tasa de inflación, lo cual, por un lado, alimenta todavía más la inflación, y por otro, este aumento está financiado con más deuda a impresiones de dinero.
El principal perjudicado aquí es el trabajador del sector privado: además de pagar muchos impuestos, su salario no aumenta al mismo ritmo que la subida de precios perdiendo así poder adquisitivo, esto es, son más pobres porque todo es más caro y para el colmo pueden comprar menos bienes que antes con sus ahorros.
4. Los aprovechados
A ciertos gobiernos no les parece suficiente los excesos de endeudamiento y que la máquina de imprimir billetes no dé abasto. Entonces, cuando no les queda más alternativa deciden vender su alma al diablo.
Una potencia extranjera como por ejemplo China decide adueñarse de recursos estratégicos del país (naturales, puertos, etc.) a cambio de comprar deuda pública al gobierno de ese país.
El contribuyente celebra que se construyan más parques, escuelas, hospitales… que cree que son ‘gratis’ pero no saben que estos regalos caídos del cielo son, en cierta medida, una trampa invisible.
Curiosamente, estas potencias normalmente logran sacar provecho de estos recursos mucho más eficientemente que los gobiernos locales.
Manteniendo la farsa
Las “garrapatas” tienen que defender sus privilegios financiados mediante el bolsillo del contribuyente. Por eso mismo los burócratas deben buscar argumentos para que no logres ver lo imprescindibles que son y hacerte creer que el mundo no puede funcionar sin ellos.
Por un lado, utilizan los medios de comunicación para mostrarte su teatro político:
- Mediante discursos generalistas, moralistas y populistas el gobierno te hace creer que hacen cosas que son imprescindibles para el presente y futuro de la nación. A la hora de la verdad, es bastante cuestionable que las medidas que toman estén generando valor añadido a medio o largo plazo.
- Según la oposición, el gobierno siempre lo hace todo mal, y según el gobierno, la oposición tiene la culpa de todo cuando gobernaba. Nadie hace autocrítica o son incapaces de admitir a su oponente que hayan hecho algo bien (en caso de que efectivamente así fuera).
Parece ser que les pagamos su salario por participar en una telenovela en lugar de trabajar.
Por otro lado, extenderán ciertas ideas utilizando dinero público hasta que la gente las acepte como dogmas y apenas las cuestionen:
- Sin Estado no se pueden financiar escuelas, carreteras y hospitales.
- Recortar el gasto público significa servicios públicos de menor calidad
- El Estado es necesario para que los pobres puedan subsistir
- El Estado es el mal menor, porque si no se controlan a los empresarios estos abusarían de los demás
- Sin seguridad social, las entidades que te ofrecen planes de pensiones privados te engañarían
- Etc.
La gente prefiere que le parasiten a cambio de seguridad. Ser libre da miedo hasta tal punto que la libertad como tal es perseguida y oprimida. Aquel que desea ser libre e independiente parece un ignorante que no sabe lo que le conviene mientras el apetito del Estado es cada vez más insaciable.
Conclusión
La ignorancia económica cuesta caro, tanto desde el punto de vista económico como moral.
Todos pensaban que este no es el mismo socialismo que en los demás países donde ha fracasado, que esta vez va a ser diferente. De ahí, la foto del artículo: el ser humano una y otra vez se tropieza con la misma piedra y no aprende. Al final, se acaba haciendo sistemáticamente todo lo descrito a lo largo del artículo y hemos visto que las consecuencias son nefastas.
El socialismo es como una adicción insalubre: es fácil entrar, pero difícil salir. Conforme más personas dependen del Estado, más difícil se vuelve que se puedan valer por sí mismas en el futuro, volviéndose “yonquis” del gasto público a las que se les revuelve el estómago en cuanto oyen la palabra austeridad.
Sinceramente, espero que este artículo os dé mucho que reflexionar y que os haya aportado.
Saludos