Los que nunca ahorraron hoy viven tronándose los dedos pensando en qué comerán el día de mañana. Ellos no eran pobres, ahora lo son. Son pobres y están viejos. Les faltan fuerzas y memorias que se desvanecen con los años. Les sobran achaques y preocupaciones; se les han ido acabando los amigos, la familia. Las ilusiones.
Muchos de ellos pensaron que en su vejez trabajarían sólo como “terapia ocupacional” hoy padecen jornadas de 12 horas a cambio de la tercera parte de lo que ganaban antes de jubilarse.
Los que nunca ahorraron, no sabían –u olvidaron– que una vez retirados recibirían menos del 30% de su último sueldo. Con ese dinero apenas les alcanza para cubrir su comida y gastos básicos. Olvidaron que comenzarían a enfermarse y que las largas esperas en el Seguro Social, los dejarían más enfermos y extenuados.
Los que nunca ahorraron, tuvieron oportunidad de guardar unos centavos, pero prefirieron confiar en que “Dios proveería”, pero hasta Dios está en crisis financiera hoy en día.
No guardaron ni un peso, porque estaban seguros que sus hijos les echarían una manita y tienen al menos 10 años sin saber de ellos. Otros con peor suerte, siguen manteniendo a sus muchachitos de más de 40 años, porque hasta la fecha los niños no se atreven a dejar el nido y no saben trabajar. Éramos muchos y parió la abuela, reza un dicho popular.
No ahorraron, no previeron. No les importó y muchos de ellos ni siquiera se enteraron. Nadie les acercó suficiente información para decidir mejor. Pensaron que el tiempo jamás los alcanzaría. Creyeron que el largo plazo era una eterna espera de un año y se tomaron, comieron y vivieron cuanto peso cayó en sus manos, porque para eso se partían el alma trabajando.
Hoy ya no pueden trabajar, pero lo siguen haciendo porque lo único que les queda, es el coraje de aferrarse a la vida, por más triste y cansada que a veces les parezca.
Daniel Urías Abundis
Twitter: @DanUrias77