Acceder
Siempre he pensado que el mejor risk manager no es aquel que porta la palabra «resiliencia» como su primer apellido, sino aquel que además de poseer una extraordinaria visión, goza de una infinita imaginación.

Tanto en la vida cotidiana como en la vida financiera nos encontramos rodeados de diversos riesgos, algunos medibles y evitables, y otros, por el contrario, no medibles e inevitables. Sin embargo, independientemente de su clasificación, los riesgos son gestionables.


Con excepción a los periodos de agosto de 2020 y enero de 2022, muy pocos habrían asegurado, en cualquier otro mes, que el S&P 500 solamente demoraría 5 meses en retornar a su punto de equilibrio después de corregir 33.92% y que, desde ese último valle, lograría revalorizarse 114.38% (Gráfica 1).

Pero al mismo tiempo, si se analizan el actuar gubernamental y monetario, en conjunto con el de los sectores de salud y biotecnológico durante el 2020, en cualquier otro mes y no sólo en esos dos, casi todos habrían asegurado que era obvio que el mercado lograría recuperarse en tiempo récord y además registrar un crecimiento de tripe dígito.


Otro ejemplo fue el consecuente desempeño de la Bolsa tras el inicio de la invasión rusa en Ucrania, la cual, de esperarse que tuviera una duración de unas cuantas semanas, al momento en que escribo estas líneas, infortunadamente, sigue desenvolviéndose.

El tema central de este acontecimiento descansa sobre el sector de energía (XLE), que, de no haberse suscitado este acontecimiento atroz, podría afirmarse que no hubiese registrado una revalorización de doble dígito, de 67.36%, siendo el único sector del mercado americano que, al cierre de ayer, presenta un balance acumulado anual positivo (Gráfica 2).

Hablar de ambos sucesos en noviembre de 2022 podría generar una sensación de frustración (y más si no se aprovecharon los rallys), pues en apariencia todo era «lógico», con lo cual se estaría cayendo en el famoso sesgo de recapitulación o también conocido como el fenómeno de «lo sabía desde el principio».

La pregunta es, ¿cómo gestionamos los riesgos sin caer en dicho sesgo?


Como lo hemos visto en el último bienio, los riesgos en los mercados financieros son como estos últimos, dinámicos y volátiles, de modo que no podemos fiarnos de un solo escenario o supuesto, y mucho menos sobreestimar o subestimar un determinado riesgo.

Lo que se debe hacer es, primeramente, visualizar cuáles son los panoramas que, hacia adelante, podrían generar incertidumbre. Por ejemplo, algunos hechos que potencialmente, bajo una perspectiva subjetiva, podrían perturbar el escenario ideal son los resultados de las elecciones en Estados Unidos de América, la materialización de una recesión en Europa, la implementación de políticas monetarias expansivas en Latinoamérica, el enfriamiento económico de la segunda economía más grande del mundo, y, una escalada de tensiones políticas y sociales en Asia (Tabla 1).


Una vez identificados los riesgos, es importante comprender cómo y cuáles serían los impactos económicos y financieros centrales que se generarían.

Para ejemplificar lo anterior, tomemos como base la Tabla 1. Si hay clima electoral en la Unión Americana, habrá volatilidad en los mercados. Si hablamos de una recesión en Europa, las Bolsas y el euro tenderían a la baja. Si comienzan a bajar las tasas de interés en Latinoamérica, al mercado de capitales de dicha región se le retomaría interés, al tiempo que el dólar estadounidense se fortalecería. Si la economía china se desacelera, el dólar estadounidense prevalecería sobre otras monedas, particularmente de países emergentes. Si se desencadena un escenario desfavorable en Asia, habría un fenómeno de inestabilidad monetaria y financiera global, en el cual los activos libres de riesgo protagonizarían las carteras de inversión (Tabla 2).

Si bien la comprensión de los efectos sobre los activos financieros facilitará la actuación en el mercado, lo cierto es que los pormenores no se sabrán en su totalidad hasta que el riesgo haya desaparecido.

Finalmente, el siguiente y último paso es ajustar nuestros objetivos financieros en los diferentes escenarios, recalibrando la estrategia.

Partiendo de este punto, es importante recordar que las decisiones de inversión, por más soporte teórico que tengan, están permeadas de emociones psicológicas, pues al final del día, al mercado lo hacen los inversionistas y no el mercado a los inversionistas.

¿Te ha gustado mi artículo?
Si quieres saber más y estar al día de mis reflexiones, suscríbete a mi blog y sé el primero en recibir las nuevas publicaciones en tu correo electrónico
Accede a Rankia
¡Sé el primero en comentar!