Los resultados oficiales del referéndum celebrado ayer en Grecia, arrojaron una victoria para el NO. Esa negativa es a aceptar los términos y condiciones que los acreedores oficiales buscan imponer al país, entre las que destacan el equilibrio fiscal por la vía del aumento de impuestos y la austeridad.
Aquí hemos sostenido que en la tragedia griega, a pesar de todo, es Atenas la que mantiene la posición de fuerza. Tsipras y el gobierno de izquierda radical que encabeza lo saben de sobra, y ante la presión de la Troika, se jugó su propia cabeza en el “Greferendum”… y ganó. Ahora se sentará a negociar ante las instituciones con más ventaja, pues nadie más le podrá exigir que decida en contra de lo que el pueblo le ha mandado.
Opción uno: Grecia se queda en el euro
Si Alemania y el eurogrupo quieren darle una vida más larga al euro –como es nuestra apuesta que hará, cederá ante las presiones griegas que ahora además aparecen reforzadas por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI): el camino a seguir es el trago amargo de la quita a las impagables deudas del país helénico. En la lógica del eurogrupo, el costo de no hacerlo para el proyecto, sería mayor.
Si no hay un acuerdo o preacuerdo este lunes, la volatilidad en los mercados podría prolongarse toda la semana hasta que en la Troika acepten la realidad: nunca volverán a ver el dinero prestado. Lo anterior es independiente de si Grecia se queda o se va del euro. No hay más.
Como hemos sostenido en este espacio, el teatro de rompimientos y negociaciones de las últimas semanas siempre se ha tratado en el fondo, de un proceso de renegociación de deuda soberana, no de la “expulsión” o abandono voluntario del euro por parte de los griegos.
Opción dos: Grecia deja el euro
Por supuesto, nunca debe subestimarse la capacidad de los tomadores de decisiones de adoptar medidas radicales e inesperadas. Atenas no será quien lo haga porque, como lo confirman los sondeos de opinión, la absoluta mayoría de ciudadanos y políticos quiere permanecer en la Unión Monetaria: la comodidad que les brinda el vivir del contribuyente europeo no tiene comparación. Así que aquí el manotazo en la mesa solo puede provenir de Europa central.
En el poco probable pero no imposible caso de que se fuerce una salida griega del euro por la vía de “asfixiarlos” financieramente, a Atenas le quedarían pocas opciones.
Una de ellas y quizá por la que optaría es la de volver a su vieja divisa, el dracma, cuya devaluación sería espeluznante desde el momento mismo de su emisión. La inflación sería la constante. Las deudas se redenominarían en dracmas y para pagarlas, se imprimiría tanto “dinero” como fuera necesario.
Es una lástima que el propio Alexis Tsipras haya desestimado la realista y positiva propuesta de monetizar el “Búho” de plata, que el empresario Hugo Salinas Price le hizo llegar en su momento. Esa opción daría a los griegos un “salvavidas” para los difíciles tiempos que se les vendrán encima.
En fin, la única forma de que la fiesta para los griegos continúe por el momento es que les perdonen la mayoría de lo que deben, y que la Troika haga como que les cree que “ahora sí” van a pagar algo. Un cuento de nunca acabar.
En cambio, su salida forzada sentaría la base para que, de asumir el poder partidos de izquierda radical en países en problemas como España, también terminen por mandar al diablo el proyecto de divisa única.
Como quiera, insistimos en que de todas maneras el euro aparece condenado en el largo plazo. Si Grecia se va de la moneda común podría acelerarse el proceso, pero si se queda, el mismo problema de las deudas impagables y la depresión económica permanente en algunos países, seguirá latente. Dará problemas de manera periódica hasta que se derrumbe. Como está, el euro ha incentivado que unas naciones se endeuden, derrochen y consuman lo que trabajan y ahorran las más ricas. Pésima señal. Los amos del dólar deben estar de fiesta.