Esta semana el Senado y la Cámara de Diputados han aprobado la reforma energética en México, cosa que sabíamos todos que era necesaria, impostergable, pero que la ausencia de un liderazgo político con la fuerza suficiente, terminaron por impedirla durante varios sexenios.
Hoy debemos celebrar que ya sea una realidad, pues el mundo no se para y este sector estratégico se estaba convirtiendo para México en un lastre.
Del mismo modo en que en este blog hemos criticado la tan mala reforma la hacendaria y la muy peligrosa reforma financiera, debemos reconocerle al gobierno de Enrique Peña Nieto el haber sabido negociarla.
Y es que si somos autocríticos, durante décadas nuestro país ha vivido un atraso económico del que no hemos podido salir.
Crisis, bajo o nulo crecimiento por decenios, escasa creación de empleo, explosión de la informalidad, etc. han sido un cáncer para la economía mexicana, mientras otros países que comenzaron en condiciones similares o incluso peores que las nuestras en la segunda mitad del siglo pasado, han alcanzado ya un nivel de desarrollo notable.
¿Cuál ha sido el punto clave de su triunfo? Algo que aquí se volvió un tema tabú: el de la apertura plena a una economía capitalista de libre mercado, donde prevalezca el respeto a la propiedad privada, una competencia perfecta y se desarrollen las habilidades empresariales.
Por eso es una pena que más por dogma, tradición o por lo que usted guste, los ciudadanos de México nos hayamos aferrado durante tanto tiempo a viejas creencias que nos mantienen atados al pasado, eso sí, con la falsa idea de los nacionalistas que nos vendieron de que “es lo mejor”.
El caso más representativo de esto es sin duda, el del tema energético, y en particular, el petrolero.
Hemos crecido con una educación que nos enseñó las supuestas virtudes de una economía socialista como la que promovió el presidente Lázaro Cárdenas, y que tuvo en la nacionalización de la industria petrolera su máxima expresión.
Sin embargo, esa forma de pensar nos terminó sentenciando a un injusto atraso y cerrazón que seguimos arrastrando, y con los que es imprescindible terminar, si se quiere conseguir, es un progreso real.
Quizá, uno de los más acertados ejemplos de cuánto pueden cambiar las cosas es viendo lo que ocurrió con China, que prácticamente en 30 años pasó de ser un país metido en el atraso y la pobreza totales, a ser la segunda economía del mundo de hoy, solo después de la de Estados Unidos.
A pesar de que en teoría los chinos se mantienen buscando una economía socialista, lo cierto es que sus políticas aplicadas son cada vez más capitalistas, y tras la última reunión Plenaria del Comité Central del gobernante Partido Comunista celebrada en noviembre de 2013, han declarado que van por una participación todavía más amplia del mercado en la asignación de los recursos económicos.
Es por esta razón por la que México avanza en el sentido correcto con la reforma energética. No se privatiza ni desaparecen Pemex ni la CFE, pues ni siquiera había necesidad de hacerlo. Pero en cambio, tendrán que volverse más productivas, competitivas y eficientes, algo que redundará en su propio beneficio y el de todos.
El Estado de México tendrá más ingresos, aprovechará mejor sus recursos naturales (que de otra manera seguirían en el subsuelo sin poder ser extraídos) y con mayor inversión nacional y extranjera habrá muchos empleos creados por las nuevas empresas de este sector. El beneficio en este sentido, será palpable.
Pero la reforma energética no será milagrosa ni nos vendrá regalado el desarrollo. Una cosa es dar un paso en la correcta dirección y otro, muy distinto, que el gobierno por fin haya decidido coger bien las riendas para enderezar el rumbo nacional.
Para eso antes seguirá siendo indispensable que, a una economía de mercado que por sí sola no es suficiente, desde el gobierno se le acompañe con una política de inversión y promoción del ahorro.
Ese sigue siendo un punto pendiente en la agenda, pues se ha hablado de promover el otorgamiento de más créditos y más baratos, más déficit y deuda para estimular el crecimiento económico, pero nada, en absoluto, sobre la generación de capital como una política central del Estado.
Al contrario. La idea del gobierno de la República sigue en la misma errada línea keynesiana de impulsar la economía con gasto y endeudamiento, algo que con suerte puede funcionar en el corto plazo, pero que luego, termina perdiendo más de lo ganado.
Si un día México es capaz de hacer lo contrario, promovemos la creación de capital, acumulamos ahorros públicos y privados, se vuelve más productiva y eleva su calidad en esa economía de mercado capitalista, entonces sí podremos estar seguros de que iremos por la senda correcta del desarrollo sostenido.
Mientras tanto, bienvenida la reforma energética. Es un avance que le urgía a México.
Peña Nieto tiene ahora la gran oportunidad de corregir el rumbo en materia fiscal y financiera en lo que queda del sexenio: olvidarse del déficit, de más deuda y subir impuestos a los mismos de siempre.
Se ve muy difícil por la gran cantidad de “beneficios” sociales a que se ha comprometido, y su inquietud por lograr el temprano crecimiento. No obstante, es su turno de trascender como estadista y no como un gobernante más. Veremos si toma el tren o lo deja pasar pero, lo cierto, señor presidente, es que aún no es tarde.