La retórica proteccionista de Donald Trump ha vuelto a escalar las tensiones comerciales con México y Canadá, sin mencionar los frentes abiertos que ya tiene con China y, ahora también, con la Unión Europea. Sin embargo, la narrativa mediática tiende a simplificar la situación, sin abordar los mecanismos reales que limitan su capacidad de imponer aranceles de manera unilateral ni el cálculo político y económico que hay detrás. Si bien Trump ha amenazado con gravar las importaciones mexicanas argumentando la crisis migratoria y el tráfico de fentanilo, es crucial analizar hasta dónde puede llegar y cuál es la estrategia de México en este contexto.
Contrario a la percepción de que el presidente de Estados Unidos es omnipotente y puede imponer aranceles a voluntad, la ley estadounidense establece que estos solo pueden aplicarse bajo condiciones específicas. Durante su primer mandato, Trump recurrió al argumento de "seguridad nacional" bajo la Sección 232 del Trade Expansion Act de 1962 para justificar los aranceles sobre el acero y el aluminio. Aunque aumentar los aranceles es facultad del Congreso estadounidense, el expresidente ha utilizado la narrativa de la seguridad nacional, el fentanilo y la migración (pese a que ambos fenómenos han disminuido considerablemente) para amenazar recurrentemente con la imposición de nuevos gravámenes. Aun así, las consecuencias de sus amenazas son significativas para la relación comercial trilateral, ya que generan inestabilidad e incertidumbre.

Estados Unidos busca con los aranceles no solo proteger su industria, sino también generar más ingresos fiscales que, en última instancia, son pagados por los ciudadanos mediante el incremento en los precios de los bienes importados. Adicionalmente, ha utilizado esta estrategia como una herramienta de presión para reindustrializar el país, promoviendo la idea de que, si las empresas extranjeras no quieren pagar aranceles, deberían invertir dentro de Estados Unidos. El mensaje es claro: "Si quieren acceso libre de barreras al mercado más grande del mundo, traigan su producción aquí".
Cabe recordar que, desde 2019, Trump intentó imponer aranceles a los autos mexicanos, pero tuvo que retractarse debido a la presión de la propia industria automotriz estadounidense, que depende del libre flujo de autopartes. Esta historia se ha repetido recientemente con la presión ejercida por los representantes de General Motors, Ford y Stellantis, cuando el presidente quiso nuevamente imponer aranceles a este sector. Sin embargo, la medida ha sido pospuesta hasta el 2 de abril. En muchos casos, los componentes cruzan la frontera hasta diez veces antes del ensamble final, por lo que cualquier arancel afectaría directamente a los fabricantes estadounidenses y, en última instancia, a los consumidores, con un incremento en el precio de los vehículos de hasta 5,000 dólares. Posteriormente, Trump también suspendió temporalmente los aranceles a todos los productos cubiertos por el T-MEC, lo que refleja la fragilidad de estas medidas cuando enfrentan una fuerte oposición interna.
Ante esta situación, México ha adoptado una postura de cautela, evitando responder de manera inmediata con medidas drásticas. Sin embargo, si los aranceles se concretaran, el país tendría que aplicar aranceles "de precisión", es decir, enfocados en sectores sensibles para Estados Unidos, como productos agropecuarios y manufacturas en estados clave para las elecciones intermedias. Si bien la mayoría en el legislativo es republicana, esta mayoría es frágil y podría revertirse.
El gobierno de México ha aprendido que la presión efectiva hacia Trump no proviene de declaraciones ni de datos duros, sino de la reacción de los lobbies internos en Estados Unidos, de su población afectada por medidas impopulares y, por supuesto, de Wall Street. De hecho, los mercados bursátiles han borrado todas las ganancias desde la elección de Trump, y los inversionistas se muestran cansados de su narrativa cambiante. Como consecuencia, los gestores de portafolio han comenzado a refugiarse en activos como el oro, los bonos del Tesoro de EE.UU. y, en algunos casos, en Bitcoin.
Las "Siete Magníficas" (Apple, Microsoft, Alphabet, Amazon, Nvidia, Meta y Tesla) habían tenido un gran desempeño tras las elecciones estadounidenses, pero todas han sufrido pérdidas recientemente. Un caso destacado es el de Tesla, cuya cotización subió hasta un 98% tras los comicios, pero ha venido cayendo debido a la incertidumbre sobre los aranceles, la impopularidad de Elon Musk por su involucramiento en temas gubernamentales y su caída en ventas en Europa y China. Recientemente, el valor de sus acciones llegó a desplomarse hasta un 15% en un solo día.

Desde una perspectiva económica, los mercados han reaccionado negativamente a la incertidumbre generada por las amenazas de guerra comercial. Históricamente, Trump ha medido su éxito en parte por el comportamiento del mercado bursátil, pero, en este caso, las caídas en los índices han sido evidentes cada vez que escala su retórica proteccionista. Incluso los mercados de criptomonedas no se han visto fortalecidos, ni siquiera con la firma de una orden ejecutiva para la creación de una Reserva Estratégica de Bitcoin. Otro factor que añade nerviosismo a los mercados es que el propio Trump no descarta la posibilidad de una recesión en Estados Unidos.
Un elemento clave en este escenario es China, que también ha sido blanco de las políticas arancelarias de Trump. La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha generado efectos colaterales en México, ya que algunas empresas chinas han optado por invertir en territorio mexicano para evitar los aranceles impuestos por EE.UU. a los productos manufacturados en China. Esto ha beneficiado a México en términos de nearshoring, pero también ha generado tensión con Washington, que observa con recelo el crecimiento de la inversión china en sectores estratégicos dentro del país.
Si las tensiones entre Estados Unidos y China continúan escalando, México podría verse presionado para restringir ciertos acuerdos con empresas chinas, lo que afectaría su capacidad de atraer inversión extranjera y diversificar su economía. Por su parte, China ha advertido a Estados Unidos que está lista para una guerra comercial o de cualquier otro tipo, declaraciones que incrementan la tensión en el ámbito geopolítico.

La guerra comercial en Norteamérica es más compleja de lo que aparenta. Trump no tiene vía libre para imponer aranceles sin enfrentar resistencia interna, y México dispone de herramientas para responder de manera estratégica, generando presión desde dentro de Estados Unidos. En el corto plazo, los mercados continuarán reaccionando con volatilidad ante sus amenazas, pero, en el largo plazo, serán las decisiones estructurales de inversión y política comercial las que determinarán qué tan resiliente es la economía mexicana ante estos embates.
Para México, la clave estará en reforzar su posición como un socio comercial confiable, pero también en demostrar que puede responder de manera estratégica cuando su economía se vea amenazada. Mientras tanto, la comunidad empresarial y los inversionistas deberán estar atentos a las decisiones de Washington y ajustar sus estrategias para mitigar los riesgos que esta guerra comercial puede traer consigo.