Los ejidos no son concepto ajeno a la población mexicana, pues en todas las localidades se puede encontrar uno con proximidad a estas y la “gloriosa” repartición de tierras del presidente Lázaro Cárdenas[1] es invariablemente un tema que se revisa en las clases de historia de México, no obstante, la mayoría de la población parece obviar su origen y las consecuencias que dicha institución ha generado. Desde sus orígenes, el concepto de ejido ha estado ligado con una profusa discriminación y segregación, tan solo en la “Enciclopedia de México” (citado en; Knowlton & Orensanz, 1998) estipula que durante el periodo colonial los ejidos se trataban de tierras a las orillas de los poblado, los cuales tenían como una de sus funciones ser un lugar “donde los indios puedan apacentar sus ganados, sin que se revuelvan con otros de españoles" (Knowlton & Orensanz, 1998). Denotando un claro intento de segregación por parte de los europeos, el cual continúa hasta día de hoy. Este tipo de estructuras puede ser rastreada miles de años atrás siendo que, como comenta Giménez (citado en; Flores, 2008) existieron criticas por medio de “escritos realizados por Lucrecio o Platón, o atenciones realizadas por César o Tácito a instituciones colectivas germanas” debido a la controversia que genera la repartición de tierras y su fuerte lazo con la propaganda política.
Dicha institución se vio atacada en México durante el periodo de “La Reforma”[2] debido a que “a mediados de la década de 1850 los liberales de la Reforma (…) creían que la posesión privada de la propiedad corporativa era la llave para la prosperidad económica y el desarrollo político democrático” (Knowlton & Orensanz, 1998). DE igual manera Flores (2008) menciona que uno de los principales debates que se dan respecto al tema tienen por argumentos principalmente la postura “liberal o modernizadora, que pugnan por una desaparición del campesinado y, en el otro extremo, la considerada como romántica y que habla de un paraíso perdido”. Sin embargo, durante la década de 1930 a partir del creciente sentimiento nacionalista en el país, el presidente Cárdenas declaró un reparto masivo de tierras a partir de lo cual este llamó “colonias agrícolas de cooperativa o colectiva” (Flores, 2008), dando un nuevo significado a la palabra “ejido”, pasando de un sistema de segregación e in competitividad económica, a un grito de guerra aclamado por los populistas como una verdadera justicia social y una mejor repartición de los recursos.
El verdadero problema surge años después de la repartición de los predios, debido a que, para realizarse cualquier cambio positivo o negativo, es necesaria una votación por parte de los ejidatarios, los cuales, por costumbre o aversión al riesgo, son reticentes a adoptar nuevas tecnologías o métodos de negocio que pudiesen optimizar la producción. De igual manera, conforme las generaciones avanzan, las tierras se van dividiendo cada vez más y aquello que alguna vez fuese un espacio que generara sustento para una familia, se vuelve tan pequeño que se opta por su abandono y la migración a centros urbanos, una situación por demás preocupante debido a que el potencial económico de la tierra pasa a ser desaprovechado.
Es indudable que existe una tremenda área de oportunidad en el campo ejidal, el cual debe ser atendido con prontitud, ya que mientras estas tendencias no se detengan, la segregación y marginación del campo no hará más que empeorar.
Fuentes:
Flores Rodríguez, C. (2008). Suelo ejidal en México. Un acercamiento al origen y destino del suelo ejidal en México. Cuadernos de Investigación Urbanística, 0(57). Recuperado de: http://polired.upm.es/index.php/ciur/article/view/272
Knowlton, R., & Orensanz, L. (1998). El ejido mexicano en el siglo xix. Historia Mexicana, 48(1), 71-96. Recuperado de: http://www.jstor.org/stable/25139210