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Esta semana el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, y el gobernador del Banco de México (Banxico), Agustín Carstens, han señalado que las autoridades financieras del país están coordinadas y pendientes del resultado de la elección del 8 de noviembre en Estados Unidos.


Meade asegura que el gobierno federal responderá a la volatilidad generada por una posible victoria de Donald Trump o por cualquier otra causa, fortaleciendo los fundamentales y mandando señales de responsabilidad a los inversionistas. A juzgar por lo aprobado en la Ley de Ingresos de la Federación 2017, debemos decir que esos “fundamentales” no se ven nada sólidos.


Carstens por su parte advierte que con independencia de quién gane, podría presentarse un periodo de elevada volatilidad. Estamos de acuerdo.


Aunque no se tienen mayores detalles sobre el plan de contingencia conjunto, es positivo que no se descarte el peor de los casos, que sin duda, se presentaría de golpe con el triunfo del republicano por su aversión a México.


Además, parece que en Hacienda ya han aprendido la lección de que intervenir (manipular) el mercado cambiario vendiendo dólares, no solo no ayuda al peso, sino que termina perjudicándolo al prolongar y acentuar su depreciación.


El propio Meade lo dejó ver al declarar que, dado que la volatilidad es provocada por fenómenos internacionales, la intervención de la Comisión de Cambios “sería como echar gotas al mar”. Es correcto.


De las dos posiciones, la de Carstens es más responsable.


Sí, es cierto que todavía parece menos probable que Trump gane, pero eso puede inducir al error de creer que un triunfo de Clinton será un día de campo para nosotros. Nada de eso. Con ella en la Casa Blanca, será cuestión de tiempo para que –igual que Trump- busque una renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), al que siempre se opuso.


Por si fuera poco, sus políticas populistas de subir impuestos a los ricos y disparar el salario mínimo, terminarán por empeorar la débil condición económica estadounidense hasta empujarla a una nueva recesión que arrastrará también a la economía de México.


Ahora bien. El otro escenario en el que el voto mayoritario del Colegio Electoral favoreciera a Donald Trump, tenemos que decir que no sería un “huracán” como ha previsto Carstens, sino más parecido a un tsunami.


Así como el Gran terremoto de Japón oriental superó cualquier previsión contra este tipo de desastres, el “efecto Trump” es probable que tenga consecuencias imprevisibles al instante. No hay preparación suficiente ante un choque de estas dimensiones.


Por si fuera poco, una vez pasado el 8 de noviembre es muy probable que la Reserva Federal estadounidense –en su reunión de diciembre-, eleve su tasa de interés con fuertes efectos que se harán sentir en todos los mercados financieros, y sí, otra vez, en el propio tipo de cambio del peso frente al dólar.


Si a eso le agregamos que la debilidad de nuestra moneda no sólo es producto de factores externos, sino estructural –producto de una inmensa y creciente deuda del sector público, déficits en las cuentas públicas y con el exterior, una rápida expansión monetaria y crediticia, y un largo etc.-, la mesa queda más que puesta para un futuro de menor crecimiento económico, alta inflación y depreciación cambiaria.


En suma, suenan bien los discursos de “preparación” ante Trump, pero ante lo que sigue después gane quien gane, no hay previsión que alcance a nivel macro. La mejor defensa financiera entonces, es a nivel personal y familiar. Usted, ¿está listo?

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